La Maldición del Caballero Azul

Como bien resume una de mis frases favoritas..."Todos venimos del mar, pero no todos somos del mar. Aquellos que sí lo somos, los hijos de las mareas, tenemos que volver a él una y otra vez(...)".
Siempre he sentido que soy del mar...y es difícil describirlo...al igual que es difícil explicar cómo me siento muchas veces siendo una persona del mar que vive en Madrid...
Así que para intentar plasmar con palabras lo que siento lo haré en forma de leyenda, y como todos los aficionados a las leyendas saben, no vale cualquier lugar ni cualquier ambiente para disfrutar de una...por lo que quiero que tras leer esto cierres los ojos (ya que si lo haces antes de leerlo esto se complica un poco) y te imagines sentado en una astillada silla de madera junto a una mesa situada en el fondo de una taberna de puerto, al lado del ventanal que da a los muelles. Quiero que mires fuera y veas las farolas alumbrando la piedra del muelle al anochecer, que sientas el cristal frío y húmedo. Quiero que saborees y sientas en la garganta la bebida que te acaba de servir un hombre mayor con pelo y barbas blancas y largas, y ojos azules, y un tatuaje de un ancla en el hombro izquierdo. Quiero que inspires profundamente y te envuelvas del olor a salitre. Quiero que escuches como crujen las vigas de madera del techo y del suelo, el tintineo de las botellas de cristal tras el mostrador, el viento moviendo los aparejos situados fuera de la taberna, las gaviotas volando en el frío aire de fuera. Y ahora quiero que cojas el cuaderno de cuero envejecido que alguien debió dejarse abandonado en la mesa en la que estás, desenvuelvas la cuerda, lo abras por la primera página y comiences a leer:






La Maldición del Caballero Azul

Érase una vez un joven, apuesto y valiente caballero de sangre azul, ojos verdes y pelo claro como la espuma, sobre el cuál recaía una poderosa y antiquísima maldición. Su origen era tan lejano en el tiempo que nadie sabía el motivo de ésta, pero en penitencia por cual fuere que hubiera sido su agravio, el joven heredó de sus antepasados la terminante prohibición de pisar tierra firme en este mundo, de tal forma que en cuanto sus brazos tocaban la arena de las costas o la piedra de los acantilados, por mucha fuerza que llevaran, eran empujados hacia atrás y devueltos a su eterna prisión con igual fiereza. En algunos momentos encontraba paz en su reclusión, y permanecía en calma con la mente despejada. Otras ocasiones se enfurecía con su destino y en su enfado se encrespaba y enturbiaba arrasando tierras cercanas y causando mayor destrucción que cualquier monstruo o demonio del que se hayan hecho eco las leyendas. Los hombres le temían, aunque también le necesitaban, y sólo unos pocos valientes se atrevían a tratar con él cara a cara hasta alcanzar una especie de tregua, incluso de camaradería. Mil historias sobre él circulaban en todos los reinos, tanto en las costas como tierra adentro.


Y en uno de esos reinos tierra adentro vivía una joven dama, de cabello y mirada oscura, pero de noble corazón. Venía de una estirpe de antiguos marineros que hacía pocas generaciones habían viajado hacia el interior en busca de un nuevo comienzo, y había crecido oyendo historias de sus antepasados sobre el joven caballero y su maldición.
Desde siempre había quedado maravillada y hechizada con esas historias, y nada ansiaba más que poder dirigirse hasta donde acababa la tierra para comprobar con sus ojos la leyenda que se le asemejaba tan lejana e irreal. Pero debía permanecer en su hogar cumpliendo con sus tareas y acompañando a su familia, no podía abandonarlos sin más…
Una mañana llegaron a la ciudad noticias desde la costa, el joven caballero parecía haber enloquecido. Golpeaba incesantemente y con más furia que nunca la arena y la roca de la costa, e incluso había acabado con varios barcos de marineros.
Al enterarse de esto, la joven dama, preocupada, pidió consejo a su familia, y estos, bien conocedores de la historia del joven y de los peligros que podía causar, la disuadieron de acercarse a él.
Ella, enfadada ante la respuesta de su familia, montó uno de sus caballos rumbo al norte, y tras tres días de viaje llegó al último pueblo en los acantilados cuando el sol empezaba a ocultarse en el horizonte. Decidió buscar un lugar donde pasar la noche, y encontró una posada con una habitación libre donde se acomodó e intentó dormir.
Pero cuando las últimas luces del atardecer comenzaban a desdibujar las siluetas de las nubes en el cielo azul crepúsculo y el silencio en el aire era casi palpable, la joven comenzó a oír a lo lejos fuertes lamentos y rugidos de desesperación que parecían provenir de tras los acantilados.
Con esa pálida luz salió de la posada y empezó a caminar hacia la fuente de tan sobrecogedoras melodías, y se quedó sin habla y casi sin pulso al ver lo que se aparecía ante sus ojos.
Una basta extensión casi homogénea de azul más profundo que ninguno que hubiera visto ni imaginado antes, que se prolongaba hasta donde la vista no alcanzaba a llegar, y que parecía servir de espejo al cielo.
Cuando se hubo recompuesto buscó una forma de bajar hasta allí, y descendió por un escarpado camino erosionado en la roca sin apartar la vista de lo que tenía delante.
Se acercó, muy despacio, temiendo asustarle y que huyera, o que la atacara...había oído muchas cosas sobre él; pero nada de lo que se podía haber imaginado se parecía ni un ápice a la realidad.
Cuando estuvo muy cerca se descalzó, y dejó que él la acariciara suavemente...un escalofrío recorrió toda su espalda, nunca había sentido nada igual, nada tan intenso.


Él sintió algo cálido y suave que había rozado su cabello, y se giró para mirar hacia la orilla. Cuando la vió se quedó completamente en silencio y supo que jamás había sentido nada como aquello.
Ambos se quedaron en silencio, mirándose, sintiéndose, dejándose sentir….y así permanecieron largo rato; pero de pronto la joven se acordó de su familia, recordó que debía volver a casa, imaginó su reacción al descubrir lo ocurrido y supo que debía regresar, aunque eso supusiera no volver a verle nunca más.
Él leyó sus pensamientos y se retiró un palmo hacia atrás.
Antes de que ella se marchara, se miraron una última vez, más intensa que la anterior, más intensa que cualquier mirada.
Ambos supieron entonces que jamás podrían estar juntos...pero ambos supieron también que siempre volverían a encontrarse.





Agnes Hightopp

Comentarios

Entradas populares de este blog

El abrazo del Otoño

Carta a un profesor de literatura sobre la poesía