Quiero hacer un fuerte

Quiero jugar.
Pero no me acuerdo de cómo se hacía. 
De pequeña llenaba la esquina del suelo entre el sofá y la puerta de la terraza de cojines, me cubría con la cortina y me quedaba horas en mi fuerte secreto. La casa olía a la comida de mi abuela y a trasluz veía la silueta de mi abuelo adormilado con un western como canción de cuna.
Ahora piso lo que parece el mismo suelo, pero nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Estos días el silencio pesa mucho. No, no es el mismo río. No es el mismo suelo.
No sé si aquella versión comprimida y ligera de alguien muy parecido a mí sería capaz de reconocerse en esta isis si la viera. Miro por la misma ventana, fuera llueve, dentro más. Me pregunto dónde estoy. Dónde estás.
Me paseo en calcetines calentitos y mullidos porque los zapatos parecen demasiado rígidos y hostiles para los días en los que los pasos deben darse lentos y con cuidado. Debo tener cuidado por si se me cae el alma al suelo o me desbordo y lo dejo todo ahí, manchado, sin energía para recogerlo ni limpiarlo.
Huele a viejo y a humedad y a lluvia y a polvo y un poco al bizcocho de zanahoria que hice hace unos días y al que le puse demasiada canela porque creo que nunca es demasiada canela.
A la versión pequeña de isis no le gustaba la canela. Pero sí el café. Lo olía con la nariz dentro del bote y los ojos cerrados y se echaba un poco a escondidas cuando se preparaba el Colacao.
Ahora lo bebo como si mi vida dependiera de su constante goteo en mi garganta. Con hielo los días de sol. Muy caliente, dos y medio de azúcar y con las dos manos en la porcelana humeante los días como hoy. Los primeros sorbos me calientan el pecho y el mundo parece un poco menos horrible y siempre espero que eso sea suficiente para sobrevivir hasta la siguiente taza, o hasta el abrazo que me falta, y que sigo sustituyendo por tazas calientes de café.

Quiero jugar.
Pero no me acuerdo de cómo se hacía.




Agnes Hightopp

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