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Mi falta de duelo los últimos días antes de marcharme de la casa en la que había crecido no se debía, en el fondo, a mi incapacidad de procesar los acontecimientos; lo que, sin embargo, no dejaba de ser cierto respecto a otros muchos asuntos recientes; si no a la profunda certeza de haber exprimido todo lo que ésta podía darme. La seguridad de haber rozado cada esquina, haberme embebido de cada cuadro, acariciado cada desgastado lomo de libro. Haber perdido el paso del tiempo admirando cada trofeo y fotografía que vestían las paredes de gotelé del salón-comedor. Haber disfrutado de tantos y tantos años de atardeceres, y lunas, y tormentas desde la terraza. Por supuesto que la echaría de menos, pero llevaba tiempo pidiéndome amablemente que la dejara ir, con el afecto de un anciano abuelo en su lecho de muerte. Y si algo quedaba en mí de tristeza, pues no me negaré un alma tendente al exceso en la nostalgia, ésta competía en mi corazón con el deseo de salir y empezar de cero. De crear una vida mía, nueva y solamente mía.



Agnes Hightopp

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