A costa da morte

A Costa Da Morte


Querido nieto:
Se que quizás  sea demasiado tarde cuando leas esto, y lo más probable es que yo ya no esté aquí. Siento no haber podido estar ahí, para verte crecer, contarte historias y comportarme como un buen abuelo; pero por aquel entonces yo no sabía todo lo que he descubierto ahora.
Te cuento esta historia con la esperanza de que me comprendas y no cometas los mismos errores que yo.
Corría el año 1928; yo vivía con mi padre en el faro de Finisterre, en Galicia. El oficio familiar era el de farero y el siguió con la tradicción. He de reconocer que yo no tenía muchos amigos, pero fueron precisamente los momentos de soledad los que me llevaron a tomar la decisión que cambiaría mi vida.
Mi padre me explicó, cuando ya era algo más mayor, que mi madre se había ido cuándo yo era muy pequeño, por causas que todavía, a día de hoy, desconozco.
Me pasaba el día sentado en el acantilado, observando a los grandes bacaladeros y a los pequeños pesqueros llegar al puerto y volver a partir hacia el océano. En las noches de niebla me gustaba subir al faro con mi padre y oir los espectrales zumbidos de los barcos mientras el haz de luz del faro les guiaba hacia la costa.
Un buen día, exactamente el día en que cumplí catorce años decidí que quería cambiar mi destino de vivir eternamente en ese faro, y esa misma noche, escondido en la bodega de carga de un pesquero londinense partí hacia una nueva tierra.
Me metí a trabajar en un mercado para poder ganarme la vida, y cuando tenía más o menos veinticinco años conocí a tu abuela. Al cabo de dos años tuvimos a tu madre, y lo cierto es que durante un tiempo fuimos realmente felices; pero un día el destino quiso que me reclamaran para el ejército.
Tuve que abandonar a tu madre y a tu abuela, el destino o la mala suerte así lo decidieron. Desde ese momento me encontré más solo que nunca; cada día veía caer en el campo de batalla a conocidos, amigos, gente que añoraba volver a casa con sus familias y cuyos sueños desaparecieron entre trincheras y pólvora. Y así un día, de repente, la guerra había acabado.
Había pasado mucho tiempo y no sabía que hacer; tu madre ya tenía dieciséis o diecisiete años y había conocido a alguien. Tu abuela vivía tranquilamente, haciéndose amiga de las viudas de guerra del barrio en el que vivían. Cuando vi todo eso comprendí que yo ya no formaba parte de sus vidas y decidí no volver.
Años después me llegaron noticias de que tu madre había vuelto a vivir a España, y que se iba a casar con un chico de Madrid que conoció en Londres.
Por esas alturas yo vivía en un barco de pesca que faenaba por aguas atlánticas; y una noche reconocí la costa que tenía ante mis ojos. El faro, el acantilado....todo estaba igual, pero todo había cambiado.
Cuando atracamos quise visitar ese faro dónde me había criado y al llegar, para mi sorpresa, me encontré una carta en la puerta, era de tu madre. En ella informaba de que había tenido un hijo llamado Daniel y que los tres vivían felices en Madrid.
Entonces comprendí que si hubiera tomado otro camino, otras decisiones diferentes, si ese barco no hubiera zarpado o si no hubiera ido a la guerra, podría haberos visto crecer.
Espero que despúes de leer esto comprendas que a veces las mejores aventuras no tienen porqué llevarte tan lejos de lo que acabarás añorando, y que al final estar con las personas que quieres es lo que realmente importa.

Agnes Hightopp

Comentarios

  1. Con este relato gané el premio al mejor microrelato, en el concurso de microrrelatos de las Jornadas Culturales del colegio Claret de Madrid.

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