Al otro lado del espejo


— Cariño, ¿Con quién hablas?

— Con nadie mamá, es la tele.— Decidí llamar “nadie” a lo que había debajo de mi cama; por lo menos no iba a ser un mentiroso, no con ella, no se lo merecía. En el fondo sólo intentaba ayudar, a pesar de todo me quería y no podría soportar el volverme a ver encerrado en aquel sitio.

Pero si le contaba que Él había vuelto...no tendría más remedio que volver a llamar al  doctor, y éste trataría, en vano, de ayudarme, administrándome un cóctel de pastillas que sólo servirían para, una vez más, dejarnos a mí y a Él en un estado de letargo y con el cerebro embotado.

Lo cierto es que las primeras semanas tras el alta sentí una maravillosa y tranquila soledad, pero pasó el tiempo y todo volvió a ser igual. Podía ver su silueta gris siguiéndome por la calle, ni por mucho que corriera conseguía dejarle un palmo atrás…

Al llegar a casa cerraba fuertemente con pestillo , pero eso no impedía que noche tras noche se colara en mi cuarto y se deslizara suavemente bajo mi cama, susurrándome ideas que harían parecer cuentos de niños hasta los más perturbadores delirios de una cabeza desquiciada. Ni siquiera en el desesperado intento de refugiarme en el mundo de los sueños, alcanzaba a separarme un milímetro de la escalofriante y constante sensación de su cálido y helador aliento en mi nuca, erizando cada pelo de mi cuerpo, haciéndome sentir inseguro dentro de mi propia piel. Entonces le gritaba...le gritaba para que se callara, para que me dejara dormir, para que me dejara pensar, para poder respirar con calma al menos una vez más.

Y esta noche había vuelto, podía sentirlo…

Oigo cerrarse la puerta del cuarto de mi madre. Enciendo la luz de la mesilla. Me levanto de la cama. Deslizo muy despacio el pestillo y salgo por la puerta en dirección al cuarto de baño.

Abro el grifo y dejo correr el agua acumulada en las tuberías entre mis dedos,  hasta que comienzo a sentirla fría. Me llevo las manos llenas de agua a la cara y me deleito mientras me despejo el rostro. Me refresco la nuca y levanto pausadamente la mirada hacia el espejo…

Y entonces le veo, mirándome con desprecio, con una media sonrisa que desprende un repugnante hedor narcisista, creyéndose invencible y...no, esta noche no.

Corro a la cocina en busca del cuchillo del primer cajón de arriba, al volver él sigue ahí, esperándome, creyéndose más fuerte que yo, con la misma expresión arrogante.

Alentado ante la repulsión que me causa semejante visión, empuño el cuchillo y me lanzo con todas mis fuerzas contra el espejo, que se resquebraja dibujando patrones que recuerdan a una tela de araña...me veo atrapado entre una lluvia de cristales que cae en toda direcciones.

Siento un dolor punzante en el pecho mientras veo sesgadamente cómo una cálida sustancia escarlata se extiende por los surcos entre los azulejos del suelo.

Miro hacia abajo para ver los reflejos repetidos en mil pedazos, mil fragmentos de Él, por fin, inerte en el suelo.

Siento que me fallan las piernas.

Por fin sólo, en calma.

Con una media sonrisa me dejo llevar por la oscuridad…

Agnes Hightopp

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El abrazo del Otoño

La Maldición del Caballero Azul

Carta a un profesor de literatura sobre la poesía